Por: Raúl Martínez Rodríguez
Francisco Hilario Riser, nació en la Habana. Cuba, en el Barrio Atares, en 1910, falleciendo el 8 de agosto de 1988, a los 78 años de edad. Desde muy pequeño aprendió a tocar el Tres, la famosa guitarra cubana de tres cuerdas dobles, y la guitarra acústica española, instrumento con los que se acompañaba, pero poco a poco fue abandonando estos instrumentos para dedicarse solamente al canto. La vida nos trae anuncios, presagios de lo que nos va a pasar en el futuro. Si prestamos atención, podemos captar estas señales que nos ayudan a prepararnos para lo que nos espera y esto sucedió en el año 1947 en la ciudad de Nueva York cuando el compositor cubano “Mundito” Medina escribió el bolero titulado “El Cuartito”.
En esa época, una de las estrellas más populares en el ambiente musical de Nueva York era Panchito Riset, como se le conocía artísticamente. Para el cantante, todo era brillante y feliz. El se presentaba todas las noches en el Club Versalles de esa ciudad y sus discos se vendían por todo el mundo. Y Panchito aceptó cantarle a Medina su tema, sin saber que la canción para él sería profética, aunque en aquellos momentos de esplendor y fama, su mensaje no podría descifrar.
Su primera incursión como cantante profesional fue con el Septeto Esmeralda, pasándose más tarde al Septeto Habanero y luego a la orquesta de Ismael Díaz. En 1933, lo invitan a cantar con una de las orquestas más populares de Nueva York en ese entonces y se muda a esa ciudad, donde canta por un tiempo con la Orquesta de Antobal. Es con Antobal que graba una de sus primeras grabaciones y en el sello le ponen Riset (en vez de Riser) y, como para no tener que rehacerlos, así lo dejan y es como nace su calificativo. En Nueva York, durante los años 30, Francisco Riser, ahora Panchito Riset, canta y graba, prácticamente, con todos los grupos musicales existentes en ese entonces: Cuarteto (de Pedro) Flores, Victoria, el Caney, y con las orquestas de Xavier Cugat y Enrique Madriguera. Además, actuaba continuamente en los cabarets de moda: Cubanacán, La Conga y Yurumí así también como en California, donde se presentó en 1936 en el cabaret Trovadero, mientras se lo disputaban los estudios de grabación.
Ciudadano de Estados Unidos, cuando rompe la II Guerra Mundial el deber lo llama, y Panchito se enlista en el ejército donde permanece hasta 1943, cuando lo autorizan honorablemente, Panchito regresa a lo que más le gustaba, cantarle a su público, lo que hace cuando debuta en el cabaret, Versalles, y donde permanece por los próximos 18 años. A su regreso del servicio militar, siguió grabando, preferentemente con grupos que se amoldaban a su estilo, como los conjuntos de René Hernández y el de Luís “Lija” Ortiz, viajando esporádicamente por el Caribe. En sus presentaciones, con su voz e inconfundible estilo, Riset llevó al bolero la ingenuidad, la pureza en la expresión que existía en los años ‘30 y nunca buscó innovar su estilo.
El invitaba al oyente a trasladarse con él a la simple y sosegada magia de la década de los 30. De su estilo, muchos decían que se lo había copiado a Cheíto, uno de los cantantes del Sexteto Habanero, y si es cierto que Panchito, como Cheíto, cantaban en los sextetos como requinto, o sea, con una voz que se destaca sobre el coro (estilo de voz que Caíto perfeccionara para darle una característica única a los coros de La Sonora Matancera), pero realmente, lo de Panchito era algo distinto y mucho más a todo eso, porque Riset poseía en el registro alto un vibrato que a veces parecía un temblor en su voz pero que nunca perdía la afinación, cosa que le daba a sus interpretaciones un expresión no solo de apremio, sino también de sinceridad. La voz de Panchito Riset era la voz del amor angustiado, la que reconocían los que compraban sus discos, porque al fin, ¿quién no ha sentido las angustias del amor?
Lo interesante de su historia es que como otros cubanos (Antonio Machín, Bola de Nieve y Machito, entre otros) que disfrutaron de fama internacional, en su país natal, Panchito Riset no era muy conocido. Había salido de Cuba muy joven. No fue hasta mediados de los ’40 que los radioescuchas de una popular radioemisora habanera, Radio Cadena Suaritos, comenzaron a escuchar una nueva voz que no era la suave de Fernando Albuerne, la viril de Daniel Santos, o la cadenciosa de Bobby Capó, voces a las que ya estaban acostumbrados. Esta nueva voz era algo distinto: muy aguda pero melodiosa que cantaba en un estilo que, francamente, ya estaba pasado de moda. La canción que interpretaba comenzaba extrañamente con una risa, seguía con una pregunta y continuaba después con la evocación nostálgica de la amada perdida y el nido de sus amores. Era una canción que parecía un tango, y de hecho su tema recordaba a la percanta y el bulín de “Mi noche triste”, el primer tango que cantó Gardel. Era una especie de tango tropical, a ritmo de bolero. Uno de esos temas que se creían compuestos en una noche de farra, llenas de recuerdos, de mucho alcohol y de superabundante inspiración. En suma, una canción tanto sublime, como ridícula, y como tal, conquistó el corazón de las multitudes. A poco, “El Cuartito” de “Mundito” Medina, en la voz de Panchito Riset, se escuchaba por todas partes a nivel de saturación. Más tarde, con la misma aceptación, siguieron “Blancas azucenas”, de Pedro Flores, de la cual el musicólogo Cristóbal Díaz Ayala dice que en su versión, uno casi podía olerlas y “Cita a las seis”, donde los oyentes hasta se ponían nerviosos al escuchar como su voz esperaba a la amada. Y así se mantuvo por décadas. Como el baluarte de la música popular de Nueva York, hasta que la salud le empezó a fallar. Pero aún así, nunca perdió su maravillosa voz. Menciona Ayala que en septiembre de 1983, cuando se celebró el Telemaratón de la Sociedad de Niños y Adultos Lisiados de Puerto Rico en New York, la presencia y actuación de Panchito Riset arrancaron, al mismo tiempo, lágrimas y aplausos. Al presentarlo Pedro Zervigón, el público le obligó a interpretar varios números, entre ellos “Blancas azucenas”. Esa noche, fue la estrella que más brilló, aunque allí estaban Celia Cruz, Iris Chacón, Ruth Fernández, Mirta Silva y otras grandes figuras. Desde su silla de ruedas, seguía actuando hasta que la enfermedad pudo más que él. Y se cumplió la profecía….el 8 de agosto de 1988 en un cuartito, olvidado y ciego, con las dos piernas amputadas a consecuencia de la diabetes, fallece Panchito Riset, y al destino le preguntamos… ¿Por qué ríes así? Amigos como el locutor y animador Ángel Luis González Adames y Trini Márquez, del famoso Trío de las Hermanas Márquez, le asistieron hasta su muerte.
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